Por Yensuni López Aldape
A ver, no nos confundamos: el PRI no está teniendo programas sociales para ayudar a la gente. El PRI está teniendo ataques de nostalgia, delirios de grandeza y una estrategia basada en el glorioso arte de reciclar fracasos. El tricolor, que alguna vez fue sinónimo de poder, ahora sobrevive como esas viejas tiendas de abarrotes que todavía tienen anuncios de Pepsi de los 90, pero que ya ni refrescos venden.
La realidad es clara (aunque para ellos no tanto): el PRI se sigue desmoronando, no por culpa del INE, ni de la Cuarta Transformación. Se desmorona por necio, por no aprender la lección, por pensar que con los mismos discursos de siempre y las mismas caras de siempre, mágicamente la gente va a aplaudirles como en los mítines de hace treinta años. Spoiler: no va a pasar.
Las luchas internas —por lo poco que les queda— siguen siendo a desgarrarse con uñas, dientes y publicaciones pasivo-agresivas en Facebook. El orgullo ha podido más que cualquier intención de reconstruir una opción política que pudiera siquiera parecer un “nuevo PRI”. En ese caos, los pocos priistas que aún gozan de dignidad han optado por guardar silencio… o desaparecer.
Ahí está Óscar Ávalos, un hombre discreto, decente y, sobre todo, con buena memoria. No hace apariciones partidistas no porque le falte el rojo, sino porque ya le dolió suficiente. Él no va a andar ventilando lo que enfrentó dentro del partido, pero tampoco necesita decirlo: su silencio habla más fuerte que los discursos de ciertos dirigentes que siguen repitiendo “vamos a regresar”, pero no dicen a dónde.
Y qué decir de la única regidora priista en Tecomán, quien ya es más morenista de espíritu que de gafete. No es secreto, es vox populi. No por nada, en eventos del PRI (como el de la senadora Mely Romero), ya se oyen voces entre dientes que dicen: “ya que se defina”. La colocó un partido, sí. No llegó ahí por generación espontánea ni por méritos astrales. Así que, como diría el Jefe Diego: “los que se van del PRI aparecen en la izquierda… y no en la fila, sino en las primeras posiciones”.
Y mientras tanto, el dirigente Jonathan Castillo sigue sacando la receta de la abuela: programas sociales “priistas” que no compiten ni con el reparto de volantes del oficialismo. En lugar de tejer alianzas o de sentarse con lo que queda de sus liderazgos, prefiere seguir jugando al gestor, como si con eso bastara. Pero la verdad es que ni los comerciantes, que todavía creen en milagros, logran entusiasmarse.
En resumen, el PRI local no necesita enemigos. Tiene suficiente con su memoria selectiva, sus egos mal curados y su romanticismo soñador. Y mientras siga tratando de arreglar su casa con cinta adhesiva y oraciones a Colosio, lo único que va a lograr es que sus pocos fieles terminen como esas familias que siguen viendo novelas del canal de las estrellas… por costumbre. No vemos el martes posiblemente, o después según el ruedo, Desde las Trancas.
