Berrinches extremos, evasión de la mirada o retrasos en el lenguaje durante la infancia no siempre son simples etapas del crecimiento. En muchos casos, estas señales tempranas podrían advertir la presencia de trastornos del neurodesarrollo que, de no atenderse a tiempo, pueden derivar en rezago escolar, dificultades de socialización y problemas emocionales más complejos.
En la adolescencia, el desinterés por los estudios, la impulsividad o la dificultad para gestionar emociones también pueden reflejar alteraciones neurocognitivas, mientras que, en la vejez, síntomas como olvidar palabras o desorientarse en casa podrían indicar el inicio de una demencia.
Aunque hoy existe mayor conciencia sobre la importancia de cuidar la salud mental, todavía se habla poco sobre los trastornos neuropsicológicos que afectan a personas desde sus primeros años de vida, advierte la neuropsicóloga Cristina Gualino Peralta, quien atiende casos en el municipio de Tecomán.
“Los diagnósticos más frecuentes en la infancia son el autismo en distintos grados, el TDAH y la dislexia. Muchos de estos se detectan cuando ya hay un rezago evidente, pero si se interviene temprano, el pronóstico mejora significativamente”, señala la especialista.
Explica que el cerebro infantil es especialmente receptivo a los estímulos debido a su alta plasticidad. “Antes se pensaba que el desarrollo cerebral concluía a los 21 años, pero ahora sabemos que la neuroplasticidad continúa durante toda la vida. Lo que cambia es cuánto la estimulamos”, puntualiza.
Durante la adolescencia, los principales motivos de consulta están relacionados con desregulación emocional, ansiedad, depresión y trastornos de personalidad como el TLP (trastorno límite de la personalidad). En esta etapa, el cerebro aún está consolidando funciones ejecutivas como el control de impulsos y la toma de decisiones. “Lo que muchas veces se interpreta como rebeldía es, en realidad, una dificultad para gestionar procesos internos complejos”, explica.
En adultos mayores, los casos más comunes son deterioro cognitivo leve, demencias como Alzheimer o frontotemporal, y secuelas de eventos cerebrovasculares (EVC). Aunque estos padecimientos no tienen cura, sí es posible ralentizar su avance con estimulación cognitiva y acompañamiento emocional.
Un aspecto poco conocido, destaca Gualino, es que ciertas habilidades motoras tempranas, como el gateo, están relacionadas con capacidades como la lectura y escritura en etapas posteriores. Asimismo, la falta de estimulación e interacción social en los primeros meses de vida puede afectar el desarrollo del lenguaje, la atención y la memoria.
Para la especialista, el abordaje de estos trastornos no debe limitarse a lo médico o psicológico. “También es una tarea familiar, comunitaria y educativa. Acompañar, comprender, no juzgar y buscar ayuda especializada a tiempo puede marcar una gran diferencia”, puntualizó.