Por Yensuni López
“El poder es una escalera por la cual, cuando se empieza a ascender, no hay ni final ni descenso, salvo la caída, que a muchos les acontece… porque arriba no hay lugar para todos.” — Matilde Asensi.
Las relaciones humanas son un laberinto complicado, más aún cuando un grupo de personas intenta unirse por un bien común y, sin embargo, se enredan en egos, intereses personales y un sinfín de divisiones culturales. En el mundo de las asociaciones, sin escapar la del comercio, el poder y el dinero son como dos viejos amigos que, al final del día, suelen sepultar cualquier posibilidad de progreso.
El poder, en su naturaleza más cruda, corrompe. Aquellos que un día emergieron como líderes a menudo terminan atrapados en su propia tela de araña, envenenados por la más mínima pizca de autoridad que pudieron tolerar. Y en el mercado Cuauhtémoc, esta realidad se ha convertido en una farsa tragicómica.
Recientemente, un video que podría haber sido un sketch de comedia mostró la absurda disputa por los baños del mercado. La directora jurídica del ayuntamiento tuvo que hacer un “reclamo oficial” a la directiva saliente porque no ha querido entregar lo que, aparentemente, les pertenece. Y aquí, claro, el interés económico se convierte en el centro del drama: los baños, que generan entre 500 y 800 pesos diarios. Un gran tesoro, si consideramos que el resto del mercado se está desmoronando.
Desde hace años, los locatarios han sido incapaces de ponerse de acuerdo, lo que ha llevado a un abismo de abandono y a la deserción de clientes. La gente prefiere comprar en la calle antes que arriesgarse a entrar en un lugar que parece más un monumento a la desidia que un espacio vibrante de comercio. Y como si eso no fuera suficiente, la alerta de Protección Civil sobre las condiciones deplorables del edificio es un claro grito de auxilio.
Recordemos que el ex gobernador Silverio Cavazos intentó revitalizar el mercado, pero su esfuerzo se esfumó en un mar de argumentos y excusas de los locatarios, quienes prefirieron enterrar sus posibilidades de progreso bajo el peso de su división y rencores. Es triste ver cómo en ciudades que deberían ser turísticas, como Tecomán, el mercado no sea un punto de encuentro vibrante, sino un símbolo de lo que no debe hacerse. La responsabilidad no recae en el gobierno, sean buenos o malos; es la falta de madurez del gremio la que ha convertido este espacio en un campo de batalla donde sólo reina el grito y el sombrerazo.
Y mientras un grupo se aferra al control de los baños y forman su propia unión, incapaces de ceder ni un milímetro, los demás se aferran a la legalidad, a la exigencia mediante el gobierno para tratar de enderezar el rumbo. No obstante, se ha privilegiado la mediocridad, luchando por ingresos miserables en lugar de construir un mercado digno que atraiga a turistas y residentes por igual. En un mundo ideal, el mercado podría ser un espacio donde el turismo florezca, donde la gente se siente a comer y comprar artesanías, tal como ocurre en otros lugares emblemáticos como Morelia o Guanajuato. Pero aquí, la batalla es por 500 pesos diarios y un puñado de poder, que, como siempre, sólo revela la mediocridad humana.
Al final del día, Tecomán es el gran perdedor en esta tragicomedia del comercio. La pregunta si algún día se pondrán de acuerdo y por fin lograr la remodelación del mercado, o tendrá que pasar una desgracia para que los gobiernos dejen de ser tan flexibles.