Han terminado las campañas políticas y vimos de todo: desde los políticos chapulineros de siempre (el caso más emblemático y creo que ya insuperable es el de Locho Morán) hasta un instituto electoral hipócrita que prefiere regular lo accesorio (constancias de residencia, renuncias a destiempo) por lo esencial (perfil de contendientes, muchos de los cuales, sin siquiera saber leer, o su idoneidad).
Vimos también una sobreexposición en redes sociales por parte de los candidatos (la mayoría con un rostro hiper desfigurado por los filtros de la lente) y pocas propuestas e ideas genuinas, como si nuestra violenta realidad sólo pidiera jolgorio y no una transformación de fondo en todos los rubros.
Nos cansamos de escuchar promesas sin sustento, grandes ficciones y metaficciones que ni siquiera son capaces de creer quienes las profieren, pero como la superficialidad le ganó a la sensatez (incluso a la prudencia) ahora resulta que los que antes eran unos ladrones y traidores (muchos candidatos podrían aquí aludirse) hoy nos vinieron a dar cátedras de moral y buenos hábitos políticos.
Es solo una desvergüenza y nada más y parece que ya no nos queda otra que elegir entre lo menos peor, lastimosamente. Para quienes estamos acostumbrados a ver la realidad (más que a analizar encuestas, otro de los fiascos de estas elecciones), no es difícil saber por quién hay que votar, y así es como se espera que procedan todos los que lo harán este próximo dos de junio. Esta es la verdadera hora de la verdad y el momento en que los gobiernos actuales (municipales, estatales y presidencial), los congresos federales y nuestro congreso local se darán cuenta cómo los calificará la ciudadanía.
Para nuestro caso en Colima sabremos si los actuales gobiernos municipales y el congreso local hicieron bien su trabajo o lo reprobaron, y de esa manera también podrá el gobierno de Indira Vizcaíno saber en qué posición está en la primera mitad de su administración. Lo que hemos tenido hasta ahora son, digamos, percepciones, percepciones que la polarización no ha hecho sino recrudecer, pues mientras los de allá dicen que todo está bien, los de acá dicen que todo está mal. Se acabaron los matices.
A mí, con el tema de la cotidianización de la violencia, la falta de empleo, la crisis en el sector salud, la crisis en el sector educativo, la crisis cultural, etcétera, todo me parece asfixiante, pero, como he dicho, esto puede ser simple y llanamente la percepción de un hombre cansado de tanta decepción, de ahí que probablemente lo que vea y sienta sea un mero espejismo. El 2 de junio es probable que salga de dudas.
Hay que votar, eso sí, pero no para intentar cambiar el orden de cosas (una más de nuestras utopías), cuanto, para no dejar, al menos, de seguir siendo ciudadanos responsables y miembros de una democracia (y de una república) que está orgullosa de sí misma, aunque de todo (o casi todo) tenga que avergonzarse. Me quedo con la sensación de que nuestra política y la mayoría de nuestros políticos, de verdad, nos quedan a deber, pero también me quedo con la desilusión de no saber muy bien qué carajos hacer para que las cosas sean de una vez por todas diferentes. Después del 2 de junio veremos qué nos dicta la nueva realidad.